---- Capítulo 9 Los miraba con desprecio. Tan felices y, Ilenos de ternura. É] cuidándola con tanta dedicación. Ella, sonriendo suavemente. Y aunque ya estaba muerta, algo dentro de mí se desgarraba sin piedad. Si estuviese viva, tal vez sería solo una molestia para ellos. Y en ese momento lo supe: dejar de amar a alguien puede ser tan rápido como un parpadeo. Todo ese profundo amor ciego y obsesivo que sentí por Diego... se desvaneció en un segundo. Lo escuchaba hablarle a Eva con dulzura, susurrándole promesa tras promesa, construyendo juntos la vida perfecta de una familia feliz de tres. Pero... épor qué? iPor qué sigue doliéndome tanto? Si ya no lo amo. Si ya no quiero estar con él. ;Por qué me duele tanto verlo? Quise irme. Quise alejarme de toda esta podredumbre.. Pero no podía. Mi alma seguía atada a él. Entonces lo seguí cuando salió del hospital. Vi cómo entraba a una tienda de productos para bebés. Compró ropita, biberones, mantas... en fin todo con una sonrisa. Y, claro, no pude evitar recordar. Cuando me enteré de ---- que estaba embarazada, le supliqué con el alma que me acompafiara a comprar cosas para el bebé. Él solo me miró, serio, y dijo: -Es muy pronto. Cuando nazca, ya veremos. Y ahora, allí, estaba tan feliz, dispuesto, entregado haciendo por el hijo de otra lo que nunca hizo por el nuestro. Salió entusiasmado de la tienda con las manos llenas de bolsas, y luego se dirigió a una joyería. Escogió un precioso anillo y una pulsera de oro. Pagó sin dudarlo dos veces. Yo... cuando nos casamos, le pedí que me regalara un anillo. No por afán materialista, sino para sentirme querida, valorada. Pero Diego tan arrogante me lo negó. Me dijo que las mujeres que pedían eso eran materialistas. Ni siquiera intentó disimular su desprecio. Ahoralo veía, feliz, comprando joyas para Eva. Instintivamente, toqué mi vientre. Mi bebé... que tristeza ni siquiera tuvo la oportunidad de conocer este mundo. Yentonces, sentí un odio profundo. No solo por la diferencia en su trato, sino por todo lo que nunca fue capaz de darme. ---- Estuvimos casados por afios. Aunque él fuera tan frío y distante, pensaba que al menos, después de tanto tiempo juntos, podría haberme dado siquiera algo, aunque fuera tan solo un poco de amor. Pero no... él nunca me dio ni siquiera una chispa de amor. Todo lo mejor de él fue para su querida Eva. éY yo? iEntonces qué fui yo para é]? Lo seguí, viendo cómo pasaba entretenido de tienda en tienda, comprando cosas que jamás se le ocurrió comprarme a mí. Porque el amor... o la falta de éL... se nota a leguas jY cómo se notaba! Estaba hecha mil pedazos. Literalmente, un alma en pena. Ver a mi propio marido cuidar a otra mujer con tanto esmero... eso ni un fantasma lo aguantaba. Recorrió todo el centro comercial por Eva. Hizo una fila enorme para comprarle su postre favorito. Yamí... A mí me costaba un mundo convencerlo de traerme tan solo una caja de fresas de camino a casa. Siempre decía que era una molestia. Y me dolió más cuando lo vi parar en una frutería. Se bajó del auto, habló con la duefia y pidió un borojó. Otra vez... sentí ese nudo en el pecho. Yo amaba el ---- boroj siquiera el olor. Una vez llevé uno a casa. Apenas entró, lo olió y sin decir una palabra, lo tiró a la basura. . Pero él lo detestaba al máximo. No soportaba ni Después de eso, se fue. Estuvo un mes sin volver. Desde entonces, nunca más volví a comprar uno. - No le gusta el borojó? -le preguntó la sefiora, notando su cara de asco. - No -dijo Diego, esbozando una pequefia sonrisa-. La verdad no lo soporto. - éY aun así lo compra? - REs que a mi esposa le encanta. Está embarazada. Lo dijo con una ternura que... que yo jamás conocí. Él nunca me habló ni me miró así. Esa frase me atravesó como una bala. Sí, Diego no soportaba el borojó. Pero por Eva... hacía el esfuerzo. Por ella, era capaz de ceder. Cuando yo estuve embarazada, le rogué mil veces si podía comerlo. Solo una vez. Y se negó. Fue entonces cuando, con un antojo desesperado, me levanté y fui a comprarlo. Cuando regresó a casa y lo olió... ni siquiera me habló. Esa noche simplemente se fue a dormir a otra habitación. ---- Yluego, duró semanas sin aparecer. - Tu esposa es muy afortunada -dijo la frutera, sonriendo. Qué cruel ironía. éNo es así? Su esposa... sí, qué afortunada. Está muerta. Diego volvió al hospital con el borojó en la mano. Y yo... ya no pude más. Floté hacia la ventana, dándoles la espalda. No quería ver más esta patética escena. No quería ser testigo de otra escena feliz. No después de todo lo que había visto, de todo lo que me había dolido. Discover our latest featured short drama reel. Watch now and enjoy the story!