Capítulo 14: «¡Obviamente, quiero conocer a mi futura cognata!», exclama, casi saltando de emoción. (¡Cuñada!) «Sof…», empiezo, a punto de decirle que, sin duda, no me casaré con la chica. «Tienes que prepararte. Sergio me interrumpe, señalándome con el dedo. (Rápido). Le miro con gesto desafiante y él baja el dedo. ¿Quién coño se cree este imbécil? «Isabella, nunca dije que fuera a casarme con ella». Lo confirmo, haciéndole caer la mandíbula al suelo. «¿Por qué no? Es impresionante y tiene una buena educación. ¿Qué más necesitas en una chica?». Ella frunce el ceño, decepcionada con mi respuesta. «¿Sabes qué aspecto tiene?», le pregunto. Ni siquiera yo sé qué aspecto tiene la chica, y se supone que me voy a casar con ella. Y de alguna manera… Mi hermana lo sabe todo. «Sí», sonríe orgullosa. «¿Cómo lo sabes?», empiezo. «La encontré en Instagram», me interrumpe Isabella. ¿Qué pasa con todos en esta familia que interrumpen a la gente? «Publica casi todos los días y tiene muchos seguidores. No sé qué…». «Bella, he preguntado cómo, no una historia de vida completa». Me froto las sienes, mientras sus divagaciones aún logran resonar en mi cabeza. —¡Vale, entonces, quello che! —murmura ella, levantando las manos en el aire. (¡Lo que sea!) —Pero tienes que salir de la cama, vamos a llegar tarde. —Solo son las 9:00 a. —murmuro, y ambos empiezan a mirarme como si estuviera loca. —¿Qué? —Theo, siento decírtelo, pero son las 5:45 p. —Sergio vuelve a interrumpir, pero esta vez me olvido de la necesidad de darle un puñetazo. No es que no quisiera, sino porque eran las 5:45 de la puta tarde. Abro los ojos y casi se me salen de las órbitas. —Cazzo, ¿cómo…? (Joder) «Puede que haya sido culpa mía…» Isabella habla en voz baja. Sergio y yo giramos la cabeza hacia ella confundidos. «Le dije a Stella que te diera somníferos». Finalmente lo suelta. Stella era una de nuestras criadas, y yo sabía que algo olía raro en el café que me dio ayer. «Isabella, ¿por qué demonios…?» Empiezo, ni siquiera enfadado, solo confundido. «Antes de que me grites, ¡lo hice por ti! Ni siquiera vienes a casa porque siempre estás muy ocupado. Y cuando vuelves a casa, vas directamente a nuestro bar y bebes hasta reventar. No descansas, y solo quería asegurarme de que hoy dormirías bien. ¡Quiero que mi futura cuñada vea lo mejor de ti!», explica, sorprendentemente de una vez. —¡Jesucristo! —murmuro, con la cabeza palpitante por el repentino arrebato. —No vuelvas a hacerlo. No puedo ausentarme del trabajo, y lo sabes. «No lo haré, pero por ahora, ¡ve a prepararte!». Me señala la puerta del baño. Me levanto de la cama y entro en el baño. En cuanto cierro la puerta, oigo a Sergio soltar la risa que estaba conteniendo. Suspiro cansado y empiezo a lavarme los dientes. Abro la ducha y me quito los pantalones de chándal y los calzoncillos grises. Me meto en la ducha y me relajo al instante con el agua caliente que me golpea la espalda. Ni siquiera cinco minutos después, oigo que llaman a la puerta. «Son las 6:00 p. y su casa está a treinta minutos», me recuerda Sergio, como si no lo supiera ya. No lo sabía, pero eso no viene al caso. «Sal», le respondo con dureza, cerrando el grifo. Me enrollo una toalla alrededor de la cintura y me afeito la cara, dejando una ligera barba incipiente. Entro en el armario y elijo un sencillo traje negro con una camisa blanca por debajo. Me dejo los primeros botones desabrochados, me seco el pelo mojado y me lo recojo. Después de ponerme el reloj y los zapatos, bajo las escaleras a paso ligero y veo a Sergio e Isabella esperándome. Miro el reloj y veo que son las 6:32 p. Nada más llegar a la puerta, Milo, mi husky, corre hacia mí y empieza a lamerme la mano. Le rasco la zona debajo de la oreja y al instante empieza a mover la cola. «Andiamo», les digo a mis hermanos. «¿Qué coche?». Isabella señala mi Porsche negro. «¡Yo delante!», grita Sergio antes de correr hacia el asiento delantero, dejándome con una Isabella frunciendo el ceño.