Salgo del coche y camino lentamente hacia la mansión. Me tiemblan las manos y estoy empapada en sudor. Todavía no puedo creer que se haya acabado. Que por fin me haya divorciado de él. La prueba de ello está ahora mismo guardada en mi bolso. He venido a entregarle los papeles definitivos y a recoger a Noah. Al entrar en la casa, sigo el sonido de voces apagadas, pero me detengo en seco cuando me acerco a la cocina. Ahora mismo, puedo oírlos claramente, y lo que oigo me da escalofríos. «Sigo sin entender por qué no puedes vivir conmigo y con mamá», le pregunta Noah a su padre. Mis manos temblorosas se dirigen a mi pecho. Mi corazón se rompe ante la tristeza de su voz. Haría cualquier cosa por él, pero este divorcio era inevitable. Nuestro matrimonio fue un error. Todo lo nuestro fue un error. Solo me llevó un tiempo ver la verdad. «Ya sabes por qué, Noah. Tu madre y yo ya no estamos juntos», responde su padre en voz baja. Es extraño, de verdad. Durante todo nuestro matrimonio, ni una sola vez me habló en ese tono. Siempre fue frío, siempre plano, desprovisto de cualquier emoción. «Pero, ¿por qué?». «Estas cosas pasan», murmura. Puedo imaginar su rostro frunciendo el ceño mientras intenta que Noah lo entienda, esperando que no haga más preguntas. Pero Noah es mi hijo. La curiosidad y el afán de saber corren por sus venas. —¿No la quieres? Me quedo sin aliento ante la pregunta sencilla y sincera. Doy un paso atrás y me apoyo en la pared, con el corazón acelerado mientras espero su respuesta. Ya sé cuál será su respuesta. Siempre lo he sabido. Todo el mundo, excepto Noah, probablemente sabe la respuesta. La verdad es que no me quiere. Nunca me quiso y nunca me querrá. Eso está clarísimo. Sin embargo, sigo queriendo oír su respuesta. ¿Le dirá la verdad a nuestro hijo o le mentirá?