Capítulo 3: ???? ???? ???? ???? ???? Intenté no mirarlo, porque si lo hacía, probablemente me daría otra bofetada por no mostrar respeto a un superior. Se llamaba Raymond y tenía alrededor de veinticuatro años. Era uno de los principales líderes de la manada, un subordinado directo del Alfa y miembro de la familia Santo. Odiaba todo lo que tuviera que ver con nosotros. Era otro lobo de raza superior que nos veía como un estorbo e indignos de respirar su mismo aire. Esa era la realidad de mi vida y el poco valor que tenía en la jerarquía. Así era como nos llamaban a todos, “rechazados”; como si marginarnos no fuera suficiente. No podía esperar para librarme de esas personas y esa vida para siempre. “¡Alto!”, dijo una voz profunda, y nos detuvimos en seco en cuanto llegamos a la cima del acantilado conocido como “La Roca de la Sombra”. Se trataba más bien de una gran meseta que de una roca. En ese lado de la montaña nunca daba el sol, y hacía mucho frío. Sin embargo, nos proporcionaba una vista plena de la luna todas las noches. Durante cientos de años fue el lugar donde se celebraba la ceremonia y finalmente era nuestro turno de participar. Me acerqué a la chica que tenía frente a mí y me puse a su lado para contemplar aquella escena que se nos hacía tan familiar, con el estómago revuelto por saber lo que estaba a punto de ocurrir: El arreglo ceremonial de velas ya estaba allí y brillaba intensamente, rodeando la gran plataforma. Aquel resplandor rojo y ámbar iluminaba el espacio que pronto se vería sumido en la oscuridad de la noche. El centro del claro estaba marcado con símbolos dibujados con tiza y un gran conjunto de círculos los rodeaba, uno para cada uno de los que íbamos a despertar. Me estremecí por dentro cuando supe que había llegado el momento y no tenía donde esconderme. No podía huir ni tenía forma de evitar que sucediera. “Quítense la ropa y pónganse esto”, nos ordenó un miembro de la manada Santo, que era alto y musculoso. Luego nos miró con los ojos prácticamente negros mientras gruñía con desprecio y nos entregaba unas mantas de color gris. Probablemente le molestaba que le permitieran a los de nuestra clase pasar por este ritual. Cuando paso por delante de nosotros, me di cuenta de que muchos se habían reunido alrededor del acantilado para observarnos. Todas las manadas estaban allí, y justo en el centro se encontraban Juan Santo y sus subordinados. Su mano derecha, el tercero al mando, y su hijo, Colton. El chamán ceremonial, completamente vestido, estaba de pie con su bastón esperando el inicio de sus funciones. Supongo que era algo que podía hacer con los ojos cerrados, ya que llevaba muchos años cumpliendo ese rol, no cuestioné la orden y, con la mirada baja y los nervios a flor de piel, me puse manos a la obra. Ya conocía el procedimiento. Me coloqué la manta sobre los hombros para ocultar mi cuerpo lo mejor posible, los demás hicieron lo mismo y nos desnudamos rápidamente. Dejamos la ropa en montones ordenados a los que volveríamos más tarde. La transformación hacía trizas tu ropa, así que estar desnudo era la mejor manera de sobrellevarlo. Después podíamos volver a vestirnos, pero en ese momento, esas viejas mantas eran lo único que teníamos para cubrir nuestro pudor. No es que a nadie le importara. La desnudez entre los lobos era algo natural y no sorprendía a nadie. Muchos se transformaban en un abrir y cerrar de ojos y volvían a su forma humana sin cubrirse en absoluto. Ser tímido y esconderte cuando tenías que volver a casa sin nada de ropa era visto como un signo de debilidad. Obviamente, los Alfa se paseaban desnudos sin preocupación alguna, ya que eran físicamente perfectos. El único inconveniente ocurría cuando alguien miraba detenidamente a su pareja. Los machos eran territoriales, celosos, agresivos e impredecibles cuando estaban en pareja, por lo que era común que hubiera peleas llenas de testosterona por mirar a la mujer del otro. Era un comportamiento algo primitivo, y otra de las razones por las que no echaría de menos formar parte de una manada. Nuestra naturaleza animal les molestaría a los humanos. La agresión, la hostilidad física e incluso los ataques entre las parejas no es algo que experimenten las parejas humanas casadas. Nuestra gente se peleaba ocasionalmente en forma de lobo, y los mordiscos y rasguños solían ser la mejor manera de resolver una disputa. Me desnudé rápidamente y dejé la ropa y los zapatos en una pila entre mis tobillos para ponerme de pie, arropándome con la manta y esperando las siguientes órdenes, protegiéndome del aire fresco. Estaba temblando por los nervios y percibí el miedo en los rostros pálidos y solemnes de mis compañeros. No era la única que estaba aterrorizada. Todos sabíamos lo que se avecinaba, y antes de que la noche acabara, habríamos sentido un dolor indescriptible. “¡Muévete!”, le gritó Raymond al macho que estaba a mi izquierda y lo empujó para que guiara el camino, mientras que nosotros lo seguíamos obedientemente. Continuarnos en silencio y en fila hasta el claro abierto y nos dirigirnos hacia los círculos de tiza que nos esperaban. Cerré los ojos un segundo y traté de controlar el miedo paralizante que sentía, tenía la garganta seca y me ardía por el esfuerzo. Mantuve la compostura y me dirigí rápidamente al primer círculo que encontré mientras la fila que me precedía se disipaba. Cientos de ojos nos contemplaban expectantes. El silencio solo hacía todo más espeluznante y miré al cielo para encontrar una especie de calma eterna. Pronto sería de noche y estaría lleno de estrellas brillantes, pero por el momento, era de día y debíamos comenzar. La luna no tardaría en llegar. Después de que todo el mundo se acomodara apresuradamente en su sitio, sonó la estruendosa voz del chamán, que nos indicó que nos sentáramos mientras levantaba su bastón. Hice lo que me ordenó, me agaché rápidamente y me senté con las piernas cruzadas, protegiéndome del suelo frío y duro con mi manta. Intente cubrirme lo suficiente para que fuera menos incómodo. Era consciente de las miradas penetrantes de todos los que me rodeaban y traté de ignorarlas. “Bebe”, escuché mientras algo duro me golpeaba las costillas por detrás y reprimí un grito. Me senté bruscamente y giré la cabeza para ver que me ofrecían una copa de hecha de madera. Un miembro de la manda Santo me la colocó en la mano y me dispuse a tomarla. “¿Para qué es?”, pregunté inocentemente. Siempre me pregunté de qué se trataba cuando observaba las ceremonias desde la distancia, e ingenuamente pensé que me darían una explicación. “Bébelo y lo averiguarás”, me dijo con una sonrisa y sin darme una respuesta apropiada. Suspiré internamente irritada por su actitud, y miré el líquido ámbar oscuro que contenía, que despedía un fuerte aroma a hierbas. Vi que los demás lo bebían sin hacer preguntas y les seguí la corriente. Sabe a miel densa y pegajosa, con todo tipo de sustancias químicas que me queman la garganta al tomarla e incluso casi me ahogo con su espesa consistencia. Me dan arcadas, pero me las arreglo para aguantar y tragármela con fuerza en varios sorbos. Cierro los ojos mientras el sabor se vuelve amargo, se extiende por mi garganta y mi estómago y los calienta de inmediato. Puedo sentir cómo se dispersa por mis venas y extremidades, alejando el frío de las rocas de cualquier lugar que toque mi piel y casi enseguida empiezo a marearme un poco. El suelo que me rodea se mueve y se balancea suavemente, como el mar que entra en la marea. Niego con la cabeza, pero es totalmente inútil. Me encorvo hacia delante para no caerme, y ahora entiendo por qué cada vez que veía esto, los más nuevos en despertar se sentaban toda la ceremonia encorvada e inmóvil hasta que se giraban. Permanecían ajenos a toda la ceremonia y a sus etapas mientras la luz se desvanecía en la oscuridad. Nos han drogado ante el dolor, y empiezo a perder la noción de todo lo que me rodea a medida que se extiende sobre mí como una niebla cálida y esponjosa que me devora por completo. No sé cuánto tiempo estaremos así, ni qué está pasando, ya que lo único que oigo es el canto del chamán mientras baila, sacudiendo cosas, cantando y aplaudiendo. Mi visión es borrosa y viene en oleadas, mi cuerpo me pesa, pero se desconecta y ya no siento que esté realmente aquí o incluso consciente. Discover our latest featured short drama reel. Watch now and enjoy the story!
